De verdad, creo que en vez de dejar de escribir aquí, voy a publicar ocho post diarios...todo por no seguir embalando.
Contrataré una empresa de mudanzas de esas que te sacan hasta la ropa interior de los cajones y te la colocan en su nuevo alojamiento en el mismo orden que la encontraron. Y a mí que me cojan a la 'silla de la reina' con el portátil y me ubiquen también en algún lugar con Wifi.
O sea...yo admiro a la gente valiente que es capaz de tirar todo aquello que realmente no necesita, esa que desconoce la frase "esto lo guardo por sí un día...". Por si un día vuelve la moda, guardo estos zapatos aunque su punta parezca un arma de destrucción masiva. Este vestido tan bonito, por si un día recupero la silueta de cuando tenía quince años, o convenzo a mi hija de que si yo estaba monísima a esa edad con él , ella tiene que estarlo igual. Por si un día voy a la nieve, este jersey pasado y lleno de bolas pero tan calentito. Por si un día me da por las manualidades, estas veinte letras de madera tamaño folio que no sé de donde salieron. Por si vuelvo a tener una tortuga, una tortuguera...
¡Pobre Piqui! la compré en una feria con mi hija mayor para regalársela a la pequeña que debía tener tres o cuatro años. En casa nadie hacía caso a tortuga salvo la niña, que a menudo se acercaba a mirarla y le gustaba echarle la comida. Por supuesto el tema de la higiene lo llevaba yo. Como las tortugas no interactúan mucho, lo cierto es que, salvo la niña, los demás la ignorábamos bastante, pero el animal formaba parte de la familia.
No sé cual sería el motivo porque son muy longevas, pero un día apareció 'kaputt'. Corriendo avisé a mi hijo mayor y le pedí que la metiera en un tarro de cristal con agua y lo tapase. El así lo hizo pero...con poco detalle. La tortuga flotaba boca arriba en plan 'hacer el muerto'. -'Hijo por favor, ¡¡ponla boca abajo que parezca que nada!!'- '¿Qué le pasa a Piqui, mamá?' -preguntó mi hija. -'Nada cariño, que esta malita y la vamos a llevar al medico de los animales' -contesté yo. -'Vamos hijo, coge el tarro que vamos al veterinario' - ordené. -'Pero mamá..¡¡¡ si está fiambre!!!' -'¡Ya lo séeee, pero tu hermana no!'
Cogí el coche y nos acercamos a una clínica veterinaria cercana a nuestra casa. Durante el camino la niña seguía preguntado que que le pasaba a Piqui y que adonde íbamos. -'Al veterinariooo que está maliiitaa, no te preocupes que allí el medico de los animales la curará'. Aparqué en doble fila porque no había sitio, lo que me valió de excusa para decirle a los tres, que me tenía que bajar sola y que tenían que esperar en el coche. Realmente la única que no quería que bajara, era la pequeña.
Entré como una exhalación en aquella tienda y al hombre que me vino a atender le dije de carrerilla: -Mire, está muerta, haga usted lo que quiera con ella, yo no puedo tirarla, mi hija cree que vive y que aquí la van a curar. Le planté el tarro en las manos y añadí: - 'En unos días vuelvo. Usted le da el cambiazo por una tortuga viva y 'aquí paz y luego gloria'. Y me fui dejando al buen hombre con la tortuga en las manos asintiendo con la cabeza y diciendo: ¡Si, si, si!
Lo cierto es que la 'supuesta convalecencia de la tortuga se alargó' y no volví. Aún de vez en cuando, mi hija me recuerda que tenemos que ir a buscarla, aunque creo que sospecha que aquel 'número' que montó su madre...esconde algún secreto.
Yo simplemente quise posponer un poco en su vida, la palabra muerte, aunque fuera la de una pequeña tortuga.
Por cierto...¿ningun@ querréis veinte letras de madera tamaño folio....o una tortuguera?
Yo simplemente quise posponer un poco en su vida, la palabra muerte, aunque fuera la de una pequeña tortuga.
Por cierto...¿ningun@ querréis veinte letras de madera tamaño folio....o una tortuguera?